Historias del más allá y del más acá

Quiero significar al amable lector, para que tenga una idea más exacta de lo que pongo a continuación en su conocimiento, que yo ya estuve muerto hace tiempo, lo que certifica el Réquiem escrito por el gran poeta José Hierro, que aparece al final de la nota introductora, a quien doy las gracias desde aquí donde quiera que se encuentre, pues es sabido que falleció no hace mucho; y por supuesto a Dios, al Creador de todos los seres vivos, por haberme devuelto a la vida, no como un Lázaro perdido que después de resucitado continuó con tal apego a la muerte que acabó muriendo de nuevo por falta de ánimo y deseos de morir. No, en mi caso, Dios me ha hecho un hombre nuevo, no un resucitado con olor a muerte, y, por lo tanto, ahora soy un ser feliz, lúcido y con ganas de seguir luchando. Gracias a haber estado en el otro mundo, en “el otro barrio”, como dice la gente haciendo gala de su sentido del humor, de haber convivido con “los seres vivos” en el tétrico y siniestro lugar donde dominan las sombras, donde reina la Parca, es decir, en la otra cara de la moneda, he podido escribir con tanta propiedad estos cuentos que ahora ofrezco al lector. Ya alejado de mi fiel compañera durante mucho tiempo, bella y fría a la vez, hermosa como la rubia que ilustra la portada, pero engañosa porque desprecia la vida y no la comparte, para ella el cariño no existe, sólo derrama frialdad y malas querencias.